Burgos celebra a su patrón “por cielo, tierra, aire y mar»
El monje francés se afincó en Burgos para cuidar a los peregrinos
Con algo menos de gente en los aledaños de la iglesia, Burgos celebraba la fiesta de su patrón, San Lesmes.
Con una mañana espléndida de sol, la comitiva partía del Paseo del Espolón hasta llegar a la iglesia de San Lesmes. En el exterior de la iglesia, feligreses y curiosos, en número algo menor al que estábamos acostumbrados antes de la pandemia, esperaban a la entrada, a la vez que adquirían los roscos dulces y de pan que se vendían en las casetas montadas en la plaza o degustaban alguno de los pinchos de chorizo y morcilla con su rosco de pan que las peñas y asociaciones de San Lesmes repartían a todos los que allí se han acercado. La Corporación Municipal, precedida por mazas y timbales, se encaminaba hacia la iglesia del santo desde la Casa Consistorial con la solemnidad que marca la tradición.
Autoridades civiles y militares asistían a la misa, junto con miembros de las peñas y cofradías que llenaban la iglesia en la que cada año se renueva el voto de la ciudad con el santo y que se representa con el gran cirio con el escudo de Burgos que el acalde entregaba al arzobispo de Burgos, Mario Iceta, y que estará encendido junto a la tumba del santo.
En los exteriores, música, bailes tradicionales, panecillos y jarras de vino, que hacían más llevadera la mañana, como es habitual en estas épocas del año. Con el baile de los Danzantes y Tetines y los Gigantillos en la Plaza de San Juan, concluían los actos institucionales de la jornada, aunque el reparto de roscos y pinchos hasta bien entrada la mañana.
Tradición a lo largo de los siglos
La tradición de los panecillos viene del milagro que el santo realizó cuando sin tener comida para dar a los peregrinos que pasaban por el Monasterio de San Juan, se encomendó a Dios y logro repartir panecillos para saciar su hambre.
El gremio de pasteleros quiso honrar al santo, por lo que hace una más de una treintena de años, se realizó un concurso entre todas las confiterías, ganando el premio el dulce de hojaldre relleno de crema, nata o mixto, con la superficie brillante gracias al baño de gelatina de albérchigo, de textura crujiente, el Rosco de San Lesmes, con un delicioso sabor por la mantequilla y huevo que incorpora, escondiendo en su interior un báculo de San Lesmes que, siguiendo la tradición, quien lo encuentra, debe pagar el rosco que se elabora en honor del patrón de la ciudad, un monje francés que vivió en los siglos X y XI(1035-1100). Tradicionalmente se hacían los roscos de pan o bollo el día 30 de enero, fiesta de San Lesmes. Se venden, una vez bendecidos, solos o acompañados de morcilla de Burgos o chorizo y una jarra de vino. El rosco que no se come se debe colgar en la cocina y siempre que hay algún problema se le debe dar un buen mordisco, aunque esté duro, y rezar al santo. Todos los años, según manda la tradición, se debe cambiar por uno nuevo.