El CAB abre un nuevo ciclo expositivo con las instalaciones de Montserrat Soto, Pedro Vaz y Pedro Paricio
Las exposiciones estarán abiertas hasta el próximo 23 de enero en el centro de arte contemporáneo de la Fundación Caja de Burgos
El Centro de Arte Caja de Burgos CAB inaugura sus tres nuevas propuestas artísticas, formadas por las instalaciones de la fotógrafa Montserrat Soto, el videoartista Pedro Paricio y el pintor Pedro Vaz, que permanecerán abiertas al público hasta el próximo 26 de septiembre.
Montserrat Soto, Premio Nacional de Fotografía en 2019, desarrolla una obra comprometida con la ecología y la memoria. Pedro Paricio rastrea en el cine elementos constructores de su personal biografía artística. Y Pedro Vaz indaga en la relación del artista con la naturaleza, en la escala humana y la desmesura de cuanto le rodea.
Montserrat Soto: Carretera al Imperio
El trabajo de Montserrat Soto (Barcelona, 1961; vive y trabaja en Gumiel de Izán, Burgos) sobrepasa ampliamente el soporte fotográfico con el que habitualmente se expresa. El empleo del documento, el archivo y la memoria -en un sentido extenso, pues abarca tanto la memoria registrada como la oral, la visual, la tecnológica o la biológica-; el valor significante de la cultura, de la historia del arte, del libro y la literatura; la construcción de la imagen y su relación con la iconografía original que le dio sentido; el pensamiento como fuente de aprovisionamiento y de resistencia han dado sentido a una obra que con frecuencia se materializa en el terreno de la instalación.
Cuando recibió el Premio Nacional de Fotografía en 2019 (la sexta mujer reconocida en este país con el galardón) el jurado habló de su compromiso con la ecología y la memoria, su preocupación por las presiones que ejercemos sobre el espacio habitado y con el que mantenemos una relación de conflicto.
“La comprensión de lo que es el espacio es uno de los temas que he trabajado constantemente desde mis inicios. Me ha permitido observar los signos de esa gran batalla. La fotografía trae al espacio expositivo la representación de esos paisajes e intento enfrentarlo para dialogar, no sobre el paisaje en sí que presento, sino a partir de él”, comenta Soto sobre su manera de entender la fotografía. Carretera Al Imperio, el proyecto que presenta en el Centro de Arte Caja de Burgos, procura un acercamiento perturbador a esa necesidad de comprensión al incorporar un elemento incómodo: el movimiento como agente transformador del espacio y la introducción de códigos y señales que terminan por apoderarse simbólicamente de los lugares que estos ocupan.
A partir de una cita de Henri Lefebvre (“La verdad de los signos y los signos de la verdad”) Montserrat Soto ha creado una serie e imágenes de gran formato, en blanco y negro, en las que los espacios naturales representados se ven alterados por la introducción de señales de tránsito. “Las imágenes parten de códigos reconocidos sobre el paisaje, espacio primario, y los combina con otros códigos más complejos (múltiples o duales) que aportan las señalizaciones viales y que guían al espectador a escoger los espacios de dialogo sobre nuestra laberíntica articulación social”, señala la autora.
Pero las imágenes no solo trasladan un estatus pasivo; por el contrario, incorporan la razón de ser de esos signos al hablarnos del movimiento inherente que nos inducen a sospechar. Este recurso a la señalética procura una saturación semiótica, una disputa dialéctica incómoda con el paisaje, que obliga al espectador a detenerse y a reflexionar, incapaz de tomar partido ante las múltiples opciones que se le ofrecen. “Todas estas direcciones, por el hecho de ser representación son caducas en el tiempo, no son estables, interpretables en la historia y pertenecientes al simbolismo. Crean espacios fragmentados de confusión y contradicción”, son generadoras de estrépito, sin duda, y parecen multiplicar la sensación de vehemencia que intuimos ligado al desplazamiento que llevan aparejadas.
La exposición de Montserrat Soto en el CAB se complementa con otra de sus series titulada Camino Infierno Ciego. Realizada en 2019, la artista recurrió para muchas de sus imágenes al paisaje del entorno en el que vive en Gumiel de Izán, Burgos. Las referencias al Infierno que Virgilio describe en la Divina Comedia de Dante en sus treinta y cuatro cantos y nueve círculos sirvieron a la autora para trazar el recorrido de un viaje, tanto simbólico como literario, al hilo de la interpretación que una entrevista a Jorge Luis Borges le sugirió. Preguntado el escritor argentino por el paisaje y por su posibilidad de sentirlo, éste explicaba su incapacidad para ver, desde su ceguera, el rojo y el negro, mientras el amarillo, el verde y el azul era capaz de adivinarlos. Soto quiso rehacer el camino de Virgilio despojado de referencias cromáticas y sin atender al peso de las almas que la obra literaria contiene, para centrarse en el espacio construido por Dante, un espacio que el poeta imaginó para ser habitado.
Pedro Paricio: Versión extendida
Acostumbrado a manejar con soltura diferentes medios y técnicas (pintura tradicional al óleo, grabado, dibujo, escultura y literatura), para esta exposición en el CAB Pedro Paricio (La Orotava, Tenerife, 1982) emplea el cine y el vídeo antes que como soporte artístico como fuente argumental estética y plástica. La muy original propuesta de Pedro Paricio rastrea en el cine elementos constructores de su personal biografía artística. Pasajes explícitos en algunos casos en los que las alusiones entre cine y arte son directas o, por el contrario, sutiles depósitos de referencias formales en su obra.
Es Pedro Paricio uno de los artistas más exitosos de nuestro país en los últimos años y, paradójicamente, uno de los menos conocidos en España. Habitual en la escena londinense, Paricio regresa después de una larga ausencia expositiva. Su propuesta artística ha entendido siempre el conocimiento del pasado, la tradición y la historia del arte occidental como una obligación moral. Tal vez por ello con frecuencia su obra se ocupa de artistas a los que admira y de los que se apropia, no con intención de medirse a ellos, sino como un compromiso responsable del arte de nuestro tiempo con aquellos que lo han cimentado. En este sentido han sido memorables sus exposiciones Después de Pablo Picasso, El espíritu de pintar o Después de Francis Bacon. Paricio está representado por la Halcyon Gallery de Londres y su obra forma parte de colecciones como el Norton Museum of Art de Florida.
Con una estructura formal repartida en cuatro estadios, Paricio parte de la frase de Lucien Freud (“toda obra es autobiográfica”) para confeccionar un continuo juego de espejos entre distintas disciplinas y entre la realidad vivida y la realidad figurada. Intervenciones pictóricas sobre fragmentos cinematográficos; pinturas extraídas de secuencias fílmicas con las que el autor nos habla tanto de sí mismo como de las películas que le atraen; grabados con los que construye un imaginario relato, al hilo de los textos literarios que le seducen; esculturas que parecen haber escapado de los módulos de color con los que Paricio ciega los rostros de los personajes que aparecen en su obra; modelados en yeso con los que se transfigura y se pone a merced del espectador al asumir el papel de fantoche que con frecuencia atribuimos al artista o la cartelería, los pósteres de cine, con los que cierra el círculo de la doble representación (la vida, el arte; la sombra, la luz) conforman el detalle de su propuesta para el CAB.
Si en la primera sala se suceden las proyecciones intervenidas de películas como Una insólita obra maestra, Public Enemy, Smoke, The Misfits, Zama o Stalker, junto a otras de naturaleza más bizarra como Toro Salvaje o Terminator, en el segundo ámbito Pedro Paricio prefiere que sea la quietud y la palabra la que inunden el espacio. Aquí despliega todo el caudal de su pintura con obras dedicadas a The Story of the Last Chrysanthemums de Kenji Mizoguchi, Permanet Vacation de Jim Jarmusch o Andrei Rublev de Tarkovski. Sobre esta obra en particular Pedro Paricio no duda en mostrarnos algunos de sus materiales fetiche, casi a modo de relicario, con antiguas diapositivas que recogen la obra del gran pintor ruso de iconos del siglo XV. Algo parecido sucede con las voces de otras dos de sus referencias creativas: Le Testament d´Orphee de Jean Cocteau e Historia de la meva mort de Albert Serra.
En la tercera sala Pedro Paricio revela, aun si cabe, su obra más personal y emocional. Con el trasunto de la película Sacrificio de Tarkovski y de The Killing Fields de Roland Joffé el artista se impone un acto íntimo de expiación y de reconocimiento afectivo a partir de sendas filmaciones. Cierra su proyecto una elocuente galería de carteles intervenidos donde de nuevo nos reencontramos con las películas que abrían el primer espacio. Desde la elocuencia a la reflexión, la acción, la intriga, la comedia o el humor Paricio ensancha su territorio formativo y emotivo.
Además, como una coda ligada a la exposición, pero autónoma a su vez, Paricio prepara un libro con textos, mitad ensayos, mitad cuentos literarios, que habrá de completar su valiente presentación en el Centro de arte Caja de Burgos CAB.
Pedro Vaz: Num único acorde
“Lo relevante es la experiencia: más que el paisaje, se trata de acercar al espectador a la experiencia en el paisaje”, nos dice Pedro Vaz sobre su trabajo. El contacto personal con los lugares que van a ser objeto de su investigación resulta, por tanto, indispensable en su quehacer artístico, pero en modo alguno se trata de un acto contemplativo. Lejos de la especulación pasiva, Pedro Vaz (Maputo, Mozambique, 1977; vive y trabaja en Lisboa) parte de la acción directa en el territorio. Caminar, recorrer, atravesar un espacio natural como objetivo en sí mismo. “El camino tiene principio y tiene fin, pero no sabes dónde comienza y dónde termina”, refiere el artista sobre su modo de concebir esta exposición.
Al igual que en otras experiencias previas Pedro Vaz en Num único acorde –la propuesta que presenta en primicia en el Centro de Arte Caja de Burgos CAB– indaga sobre su relación íntima con la naturaleza, sobre la escala humana y la desmesura de cuanto le rodea, pero se distancia de sus anteriores exposiciones por la importancia concedida al sonido y a la sinestesia con otras formas de arte contemporáneo como la música actual. Para ello ha contado con la colaboración del compositor Hugo Vasco Reis (Lisboa, 1981).
Vaz arranca su proyecto con una expedición a la manera clásica. Durante cuarenta y seis días, entre los meses de julio y agosto de 2019 y de 2020, recorrió la Senda Pirenaica GR-11. Desde el cabo Higuer en el mar Cantábrico hasta el cabo de Creus en el mar Mediterráneo y durante 840 kilómetros Vaz transitó por una de las fronteras naturales y simbólicas más reconocibles del planeta. El muro que erigen los Pirineos obliga a quien se atreve a transitarlo a elegir un único punto de vista contra el que se rebela nuestro artista al proponernos una mirada dúplice, estrábica, que atenta contra los principios mismos de la representación del paisaje.
Pedro Vaz, licenciado en pintura por la Universidad de Lisboa, convierte sus exposiciones en verdaderas experiencias visuales y vitales para el espectador. Instalación, vídeo y, cómo no, pintura y dibujo acompañan con frecuencia sus creaciones. Con anterioridad a la exposición Num único acorde en el CAB, Vaz ha realizado proyectos y experiencias similares en la Floresta Amazónica o en las Superstition Mountains en el desierto de Arizona, en los Alpes o en la isla de Madeira.
Lo que en principio fue planteado como un transitar por el GR- 11 pirenaico, en el que Vaz recogía el paisaje que se le abría frente a él y el que dejaba a su paso (y, por tanto, imposible de contemplar de manera simultánea), devino en un trabajo más complejo y ambicioso, que muestra ahora en el CAB. Con dos grandes proyecciones enfrentadas y al hilo de la creación musical de Hugo Vasco Reis se contraponen, por un lado, secuencias de un solo minuto de duración que se corresponden con el dominio de un acorde emitido por un instrumento de cuerda. Cada imagen y cada nota nacen al unísono, se elevan y caen de la mano y se combinan con el ritmo que acompaña a la otra proyección paralela, en la que la música de un trío de cuerda se acompaña de sonidos naturales que apuntalan la magnificencia de las imágenes. “Uno es ritmo, otro es acorde” y ambos conforman el lugar común en el que habremos de encontrarnos espectadores y obra.
En medio del espacio que generan las dos video creaciones Pedro Vaz dispone varias de sus celebradas pinturas surgidas tras la experiencia física en el paisaje. Son tanto dibujo como escultura, visiones panorámicas, cicloramas suspendidos casi monócromos, de una calculada adición y sustracción de formas. Como sucede con la contemplación de la naturaleza, en la pintura de Vaz la sobrexposición y la eliminación de imágenes que se acumulan en la memoria acaba por determinar un paisaje evocado, construido mentalmente, acaso nunca del todo cierto o quizá por ello más real que el de verdad presenciado. Paisajes acuosos, han sido definidos por Isabella Lenzi, “con contornos indefinidos y vacíos que remiten al revelado fotográfico como una metáfora de lo que permanece en la experiencia del artista”.
Una pintura con la que Pedro Vaz intenta responder a algunas cuestiones ineludibles para el arte de hoy: ¿es representable la naturaleza?, ¿lo es acaso solo desde la posición del artista?, ¿podemos conceder al simulacro de su representación un valor simbólico?, ¿aún podemos creer que el reemplazo de la naturaleza por la imagen construida es verosímil, es sincera?